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lunes, 28 de octubre de 2024

Fantasía en alquiler

Me citó en aquel bodegón oscuro del barrio, el de los vasos percudidos por mal lavados y manteles de papel. Ya conocía el lugar por haber saciado mil hambres allí, sellando siempre el menú abundante con el habitual postre de queso y dulce en porciones generosas. 

Cuando llegué, él ya estaba sentado a la mesa, una para dos comensales. Tenía sus manos sobre la mesa, crispadas, como si fuera a pegar un salto o a levantarse y arrojar la mesa contra alguien más. 

Al acercarme noté un brillo en sus ojos que me hizo dudar de quedarme, pero la curiosidad, sumada al tono ansioso que noté en su llamada telefónica pudieron más. Me saludó con su efusividad habitual y me invitó a sentarme a su lado, como buscando una pretendida intimidad de confidente y evitar que alguien más escuchase lo que tenía para decirme. 

-Pedite algo, me apuró

-No, recién comí. En una de esas más tarde me pido un café, se me ocurrio por toda respuesta. La intriga del convite no me permitió abundar en la cuestión y me llamé a silencio, esperando que fuera él quien abriera el diálogo, que desde el vamos anticipé, sería un monologo. 

-No sabés lo que tengo entre manos, una locura, arrancó

-Si, seguramente es una locura, pensé, pero no lo dije. No quise desanimarlo de entrada, pero de todos modos él no esperaba respuesta, porque me ignoró y siguió,

-Se me ocurrió al despertarme de un golpe en la cabeza, como al tipo de "Volver al futuro", ¿te acordás de la película? Bueno, algo parecido solo que no lo dibujé, lo tengo todo acá, dijo presionando su dedo índice sobre su sien. 

Y comenzó. Me habló largamente sobre la existencia de seres fantásticos y su encuentro con ellos. Elaboró una muy detallada lista de tipos, nombres y carácterísticas: dragones, elfos, ángeles, vampiros, hadas, licántropos, sirenas y un largo etcétera poblaban una improbable e interminable lista. Me aseguró enfáticamente, que vislumbraba la posibilidad real, según métodos también de su elaboración, de capturarlos y domesticarlos para luego darlos a préstamo por una módica suma. Seguramente, gente asustadiza, bromistas de toda calaña y aún los productores de películas de Holywood requerirían de sus servicios, lo que hacía presuponer que su idea sería un negocio muy rentable. Con ese dinero podría ampliarlo y construir un parque para que los seres corretéen libremente mientras esperan el próximo conchabo, 

-Pero para todo eso preciso un socio, dijo, y pensé en vos.

Hizo entonces silencio, esperando una respuesta entusiasta de mi parte. Pero todo lo que atiné a decir fue,

-¡Vos estás loco! ¡El golpe te dejó más boludo que de costumbre! ¿Y para esto me llamaste? 

Otro largo silencio. Entonces se levantó, mientras yo miraba sus ojos que comenzaban a apagarse, y en tono de resignación me dijo,

-Me doy cuenta, en este plano nunca me entenderás.

Se pasó la mano por el cabello, manchándosela con la sangre aún fresca, y desapareció. Se esfumó frente a mis ojos. 

Entonces tristemente comprendí todo, y en aquella tristeza me consolé con la idea de que, a pesar de la desilusión que le provocó mi respuesta, él siempre tendría compañía. Nunca más estaría solo.

domingo, 30 de mayo de 2021

Disquisiciones

 -Al final, ¿sabés qué pienso? -me dijo.

Mis conversaciones con el Loco Mario siempre comenzaban así. Como si sus diálogos no tuvieran lugar solo en su cabeza, me lanzaba la pregunta o la conclusión sin ponerme antes al tanto de aquello que estaba dialogando consigo mismo. 

-Cuando era joven -continuó-, mi cabeza era un infierno mientras mi cuerpo funcionaba a la perfección. Ahora que soy viejo...

-Vos no sos viejo -insinué-, tenés que...

-No me interrumpas -me dijo, abrupto-. Ahora que soy viejo, mi cabeza anda bien, se acomodó, pero mi cuerpo me pasa factura todo el tiempo. 

-Bueno -quise intervenir en su disquisición-, sucede que...

-Pará, ¿no entendés? -disparó casi con furia-. Lo que te quiero decir es que no sé si sé con cual quedarme, pero me inclino a pensar que, de no poder congeniar ambas cosas, cabeza bien lubricada y cuerpo cero km...

-Siempre sacando a relucir tu pasión por los fierros, vos...

-...no sabría qué elegir -me ignoró-, aunque al final la cabeza se arregla, viste.

Carraspeó, como para aclarar la voz y continuar, pero se llamó a silencio. No dijo ni una sola palabra más al respecto. Pero claro, es el Loco Mario. Seguramente sigue buscando una respuesta conversando consigo mismo. 

Después de todo, lo entiendo. Siempre creyó que aquellas eran sus conversaciones más inteligentes.

domingo, 11 de febrero de 2018

Viajero

Cuando me preguntan si he viajado, respondo que mucho, y que lo he hecho gracias a mi madre. Ella me lo ha dicho.

He estado en la Luna y también en Babia. Y, créalo o no, hasta estuve en el Limbo.

Tristemente debo decir que no lo recuerdo. Soy bastante distraído.

Leído en las aperturas de los programas 356 y 383

viernes, 13 de mayo de 2016

La frase

Cerró su perfil en la red social con la frase, "Ya nada es lo que solía ser y tampoco como solía ser. Es otra cosa". Sus seguidores no llegaban a discernir si se refería a la soledad o a sus intentos de suicidio anteriores. O a ambos. Así las cosas, pasaban distraídamente al muro siguiente sin más.

Cuando la situación se definió, uno de sus amigos sugirió la idea y los demás estuvieron de acuerdo: esculpirían aquella frase en su lápida. De este modo ya no se trataría de un pensamiento temporal, transitorio, efímero como todo pensamiento, sino uno grabado en la piedra. Para siempre.

Su fatal destino, según se ve, fue pasar de lo efímero a lo permanente haciendo una escala en el cementerio.

Definitivamente, ya nada es como solía ser.

Leído en las aperturas de los programas 289 y 418

miércoles, 4 de mayo de 2016

Historias en cincuenta escalones

En un caluroso día de 1930, casi 40 años después de que Jesse W. Reno demostrara por primera vez el funcionamiento de una escalera mecánica en Coney Island, la Señora se levantó de su cama más temprano de lo habitual, desayunó muy rápidamente y se vistió con sus mejores galas. Ese día se inauguraría el primero de estos artilugios en su ciudad, más precisamente en el Centro Comercial, y no sería ella quién iría a perderse aquel estreno.

Ya en el lugar y al llegar su turno de abordar el moderno artefacto, el primer escalón móvil atrapó el borde del vestido de la Señora como si la dentadura de una bestia enorme y feroz la hubiese tomado, arrastrándola y succionándola hasta hacerla desaparecer en el extremo superior de la escalera rodante, frente al estupor del resto de los concurrentes.

Veinte años estuvo la Señora con su falda atrapada en el primer escalón de la escalera mecánica del Centro Comercial. Los primeros días salía con su cara desencajada, como es de suponer, gritando por auxilio. Con el correr de los días dejó de gritar y pocos meses después comenzó a relatar sus conocidas 'historias en 50 escalones' -como las llamarían luego los ocasionales transeúntes-, que era lo que duraba su salida al exterior. Exactamente el largo de la escalera.

La Señora bajaba a los infiernos del dorso de la escalera para contar en sus salidas al exterior aquello que había visto. Sus historias de fantasmas, seres fabulosos, personajes oscuros y paisajes de ensueño que fueron tema recurrente de las historias que contaba, fascinaban a su auditorio.

Finalmente, un día caluroso de 1950 la Señora no salió. Los presentes, que se habían agolpado para escuchar las historias de ese día, con estupor esperaron una señal de su aparición sin éxito. Temieron entonces lo peor.

Algunos de los Señores que pululaban por el lugar, se reunieron más tarde en torno a las mesas del Café del Centro Comercial a discutir sobre el tema. Muchos de ellos afirmaban haber visto a la Señora caer al destrabarse el borde de su falda, segundos antes de dar la siguiente vuelta para salir al exterior. Otros en cambio, entendían que de algún misterioso modo la Señora había decidido soltarse por propia voluntad de su trampa, para quedarse a habitar alguno de aquellos paisajes que tan bien había relatado, y con tanto entusiasmo, a lo largo de veinte años y cincuenta escalones.

sábado, 13 de febrero de 2016

Dimensiones

Casi como en una experiencia en otra dimensión -ustedes disculparán la ilustración, típica de las sagas de ciencia ficción a las que soy aficionado-, vi mi accidente como si hubiera estado en ese momento fuera del cuerpo. De mi propio cuerpo.

En el momento mismo en que el ladrillo que un albañil descuidado dejó caer desde el segundo nivel me dio de lleno en la cabeza, pude verme a mi mismo en el suelo, ensangrentado. Curiosamente, lo primero que llamó mi atención fue la música que continuaba saliendo por los auriculares. Mi celular, como era de esperar, no se dio por enterado del incidente y continuó con su destino de playlist.

Noté entonces la salida presurosa de algunos obreros dispuestos a atenderme, aunque confieso que creí ver en sus rostros una preocupación mayor por las consecuencias legales del descuido que por mi salud, aunque tal vez sólo haya sido una impresión de mi yo en esa otra dimensión, un estado ciertamente novedoso para mi.

Mientras llegaba la ambulancia de la emergencia, comenzaron a atender a mi cuerpo tirado inmóvil en el piso, y yo -éste otro yo- me distraje mirando alrededor. La gente iba y venía, ocupados en sus asuntos. Una cantidad de ellos se alineaba frente a un cajero automático ubicado en la otra vereda, todos con notorio fastidio por la molestia del próximo feriado largo y distraídos con los números de las cuentas a pagar. Algunos metros más allá, una mujer joven había detenido el cochecito en un intento de calmar el llanto de su bebé. El mozo del café de la esquina miró desde lejos y siguió su camino rumbo a la siguiente mesa, no sea que se enfríe el café y el patrón se enoje.

Recordé entonces la letra de un conocido tango, y casi sin querer lo recité en voz alta: "...y el mundo sigue andando..." Y pensé, mientras notaba que mi cuerpo con el ladrillo en la cabeza seguía allí tendido sin responder, que poco importa lo que hace uno con su cabeza mientras no se interponga en las rutinas de alguien más.

Leído en la apertura del programa 260

martes, 26 de enero de 2016

Observador

Sabrá usted disculpar si mi explicación del fenómeno pudiera ser más bien pedestre, pero también comprenderá que no soy un investigador y tampoco un académico; sólo soy un observador, uno muy bueno por cierto, y que se jacta de ello.

Mi explicación del fenómeno, decía, es la que trataré de presentar acto seguido. Pero permítaseme un prolegómeno: es menester que dedique unas líneas a hurgar en las razones de mi explicación, a fin de presentarlas al interesado antes de afirmar tal pretendida cualidad. Motiva mi alocución el que considero es un evidente y deliberado silencio por parte de mis congéneres frente a la ignominia que significa la carencia total de explicación observada por mí, habilidad ésta, la de observar, que he referido ut supra.

¿Qué hacer con tal silencio? ¿Cómo obviar una explicación o declaración o justificación o, finalmente, una resolución frente a tamaño desconocimiento del fenómeno y aquello que lo provoca? Lejos de mí cualquier simulación o fingimiento de las reales y dramáticas consecuencias de perpetuar tal estado de ignorancia. Jamás cejaría en el intento de traer claridad en el asunto que nos ocupa, aunque me vaya la vida en ello. Supe conservar desde tiempos pretéritos la hidalguía y compostura necesarias para abordar manifestaciones similares, siempre de buen talante y con la confianza de quién se sabe en lo cierto, a pesar de los contratiempos y sinsabores.

Dicho esto, paso a detallar las habilidades y pericias que me hacen acreedor a vuestra confianza en que resolveré adecuadamente la intriga que nos concierne. Sepa usted que he recorrido el mundo en reiteradas ocasiones, ya como delegado, ya como trashumante, ya como simple vagabundo y errante. Tales peripecias y aconteceres, considero le han otorgado a mi consabida habilidad una consistencia y fiabilidad ciertamente envidiables. Acto seguido comenzaría con mi tan anunciada explicación, de no ser por el tren que ya ha arribado al andén y debo abordar con prontitud. Le aseguro que lejos de mí está dejar a mi próximo interlocutor casual sin la consabida capacidad de observación que me distingue, y usted mismo ha sabido apreciar.

martes, 13 de octubre de 2015

El vago

(Escrito y leído por Alejandro Guarino. 
Publicado originalmente en Teesperojuana.blogspot.com.ar
¡Gracias, Ale!)

El vago vuelve tarde del trabajo.
Pasó por un bar y se gastó los, pocos, pesos que tenía en una ginebra.
En ese bar, todos saben que es un vago. Que agarra changas porque de todos los trabajos lo echan por vagancia.
El vago llega sigiloso a la pensión donde habita, pues sabe que si lo escucha Doña Cata, le va a reclamar los tres meses de renta que le adeuda.
El vago entra a su pieza y se tira sobre la cama sin hacer. Sobre el techo, las manchas de humedad van creciendo. Doña Cata le dijo que si las limpiara, se lo descontaría de lo que le debe, pero el vago prefiere acostarse sobre su lecho boca arriba y mirar como se esparcen y transforman las figuras sobre el cielo raso.
El vago tiene un vago recuerdo de su familia, a la que no llama desde hace tiempo.
Se vino para la ciudad porque allá, en el pueblo, no había nada por hacer y siempre le dio vergüenza de que lo llamaran vago. Y el vago tiene unas ganas enormes, terribles de llorar, pero no lo hace, de puro vago nomás.

Leído en la apertura del programa 247

domingo, 23 de agosto de 2015

Celda oscura

-Viste como es eso de estar solo -dijo, y sin esperar mi respuesta agregó- no, vos que sabés... 

Hizo un silencio como para tomar aire.

-Mejor me callo, mirá. ¿Cómo vas a saber? ¿Cómo vas a entender? ¿Quizás alguna vez sentiste en el pecho la ausencia de quien ya no volverás a ver? ¿Nunca te latió el corazón de tal modo que parecía escapar del pecho cuando entendiste que nadie está a tu lado si no es por...? 

Entendí la interrupción como un modo de evitar soltar alguna lágrima, pero no fue así porque continuó:

-Y no me pongo a dar ejemplos porque sos joven, y terminarás sospechando que estás oyendo a un viejo loco y querrás escapar de mi como de la peste. Pero dejame decirte, volviendo a mi idea de soledad, que no hablo yo de suponer o sospechar sino de la seguridad de saberlo, como si un rayo de realidad te partiera al medio o se abriera una puerta en una celda oscura dejando entrar un haz de luz cegadora, así.

-Bueno, pero la verdad es que... -atiné a balbucear en un intento de cambiar no sólo el clima de la conversación sino ya mi propio ánimo con alguna verdad de Perogrullo con tintes algo más optimistas, pero no pude. Me ignoró y siguió su monólogo:

-No espero que me entiendas. Insisto con tu juventud: todavía pensás que la vida es bella y el amor es el remedio a todos los males de este mundo, por eso no te culpo. La vida es así y la juventud es así. Pero no trates de convencerme, haceme el favor. La vida ya lo intentó antes, a su modo. Por eso no hay nadie más resignado que yo a lo que queda: la soledad. Y los recuerdos. La memoria de aquellos tiempos en los que yo como vos, creía que la compañía me libraba de la soledad. 

Noté entonces en su rostro y en sus piernas temblorosas que ya no le quedaban fuerzas para sostenerse. Me resigné entonces a mi destino, lamentando no haber tenido mi oportunidad.

Qué triste ironía: él no caería solo.

sábado, 17 de enero de 2015

Pasillos

La función principal de un pasillo, se sabe, es la circulación. Lo que suceda allí siempre será historia. Una transitoria, ligera, efímera. Breve. Casi la nada misma.

Dos lugares que se precien de tales, por caso cuarto y recepción, o puerta de ingreso y asiento 23 ventanilla delante del ala, aprovecharán esa fugacidad con fines únicamente utilitarios: yo aquí, tu allá y el pasillo largo que nos une. Sólo eso.

Afortunadamente, existen excepciones. Como aquella vez en que salí del camarote para encender un cigarro y me distraje caminando por el pasillo alfombrado. Luego de observar los delicados arabescos durante un buen rato intenté recordar el número de mi cuarto, pero no pude. Eran tantas las puertas que me perdí.

Cuando finalmente lo encontré, conocía para entonces tantas historias como puertas había abierto en la búsqueda de mi destino. Confundí caras, reconocí enemigos, desperté amores y amantes, y coseché odios. Todo mientras buscaba mi puerta.

Debo confesarte que me asiste una cierta fascinación por los pasillos, tal vez por mi condición natural de errante, ya no de cualquier camino sino de estos rectos senderos ignorados.

Los hay oscuros y también luminosos. Y los hay largos y espaciosos o tan estrechos como para permitir el paso de una persona a la vez. También están los terroríficos como los del Hotel Overlook y los inquietantes, como los de un laberinto.

En fin. Quisiera volver al relato de aquella oportunidad en que me perdí a causa de la alfombra. Una de las puertas que abrí -juro que era idéntica a la mía, luego comprendí que era igual a todas- daba a un camarote a oscuras. Creí reconocer tu respiración y me tendí a tu lado. Luego hicimos el amor.

Cuando se abrió la puerta, tus gritos y la luz que alcanzaba a entrar alumbraron mi error. Cúlpese a los pasillos y a esta extraordinaria e irresistible fascinación que ejercen en mí.

Leído en la apertura del programa 214.

Loop

-No tengo ganas.
-¿Hoy no tiene ganas?
-No, y le adelanto que mañana tampoco tengo ganas. Y ayer, tengo menos todavía. No tengo ganas. Y punto.
-¿Y para cuándo estima que le volverán las ganas?
-No, yo ya no estimo. Dejé de estimar hace bastante tiempo, porque me faltan las ganas.
-Deberíamos entonces asegurar de alguna manera, que cuando le vuelvan las ganas podamos estar allí para certificarlo. ¿Por qué no me llena este formulario llamado "A cuenta de futuras ganas", así vamos disponiendo de ellas hasta que vuelvan por completo?
-¿Un formulario? ¿Para qué? Llenar líneas y más líneas con datos vanos nunca me convenció. Es más: ni ganas que me da.
-Entonces tendrá que acompañarme.
-No tengo ganas.
-¿Hoy no tiene ganas?
-No, y le adelanto que mañana tampoco tengo ganas. Y ayer, menos todavía. No tengo ganas. Y punto.
-¿Y para cuándo estima que le volverán las ganas?
-No, yo ya no estimo. Dejé de estimar hace bastante tiempo, porque me faltan las ganas.
-Deberíamos entonces asegurar de alguna manera, que cuando le vuelvan las ganas podamos estar allí para certificarlo. ¿Por qué no me llena este formulario "A cuenta de futuras ganas", así vamos disponiendo de ella hasta que vuelva por completo?
-¿Un formulario? ¿Para qué? Llenar líneas y más líneas con datos vanos no me convence. Es más: ni ganas que me da.
-Entonces tendrá que acompañarme.
-No tengo ganas, ¿no ve?

domingo, 26 de octubre de 2014

Bueyes perdidos

-Si hubiera una próxima vez, usaría una red -se dijo-. Durante todo el trayecto debo estar pendiente de cada movimiento del pie, de la fuerza y dirección del viento, de la tensión de la cuerda misma y del estado de los sujetadores en los extremos. Necesito estar atento todo el tiempo, lo sé, pero no lo pude evitar y me distraje pensando en bueyes perdidos.

Miró entonces a su alrededor y se vió reflejado en las ventanas de los edificios circundantes.   

-Definitivamente, la cuerda floja no es un lugar seguro -concluyó, ya demasiado cerca del suelo como para no advertir que la cosa dejaba de ser divertida.

Leído en la apertura del programa 199

sábado, 25 de octubre de 2014

Aldea

(Escrito y leído por Raúl Astorga para nuestro programa.
¡Gracias, Raúl!)

En aquella pequeña aldea, era el único seguidor de una cantante que había hecho furor en los años '70. Tenía todos sus discos, y el almacén empapelado con posters de esa joven y portentosa estrella.

Por eso no tendría que haberle sorprendido cuando la señora mayor que entró preguntando por la estación de servicio se acercó a una de esas fotos, le pidió su nombre, y le dedicó una firma con el lápiz labial que extrajo de su cartera.

Leído en la apertura del programa 197

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Frente a sus ojos

-Qué extraño, -pensó al sentir esa particular mezcla del frío acero penetrando con fuerza masculina por su espalda con la tibia línea de sangre corriendo hasta su muslo- dicen que en momentos como este uno ve pasar toda su vida frente a sus ojos. Sin embargo, yo solo puedo verla a ella y pensar en ella.

La idea no pudo menos que dibujarle una sonrisa en el rostro, mientras caía y a pesar del dolor.

-¿De qué te ríes? -vociferó al notarlo, el perpetrador.
-Eso es algo que también te robé -le dijo, y cerró los ojos.

Leído en la apertura del programa 195

martes, 2 de septiembre de 2014

Medicina para mi pterodáctilo

Aunque es sabido que el género se extinguió hace ciento cincuenta millones de años, mi nuevo amigo el pterodáctilo parece ignorarlo: se posa en el balcón de mi ventana todos los días al atardecer. Un poco por la altura -un balcón en el piso veinticinco frente al parque está suficientemente alejado de los ruidos de la calle y las miradas entre aterradas y curiosas de los vecinos- y otro poco por los trozos de pescado que comencé a dejarle apenas noté su presencia, día a día fue ganando confianza hasta aceptar mi cercanía.

Confieso que la hilera de dientes cónicos que decora su pico y la imponente imagen de sus alas abiertas a pleno cuando se posa en la baranda -a simple vista podría calcularle metro y medio, dos metros de envergadura- me intimidaban bastante al inicio de nuestra relación. Digo relación, por llamar de algún modo a este encuentro y sortear así el abismo de millones de años que existe entre nosotros. Pero finalmente noté que, bien alimentado y cuidado, no representaba sino una compañía curiosa y amigable.

Aquel día en que llegó lastimado yo noté enseguida que algo andaba mal al ver el esfuerzo que le tomó alcanzar el borde de la baranda. Primero pensé en un accidente: se habría enredado con los cables del trole o con los de luz. Pero luego noté las mordeduras. Evidentemente, el grado de domesticación que había alcanzado en su incursión diaria a mi balcón lo había llevado a acercarse demasiado al parque -tal vez para beber agua de la enorme fuente central- en dónde, los vecinos lo sabemos, vive una gran cantidad de perros callejeros que, seguramente envalentonados en la jauría, atacaron a mi amigo jurásico. Suelen no intimidarse ante nada. 

Cuando lo llamé a Darío, el veterinario que vive en el 5to. B, reconoció luego de sobreponerse del susto de la primera impresión, que no había adquirido en la universidad los conocimientos necesarios para atender a semejante bestia. Con total naturalidad me pidió el celular y llamó a su amigo David el paleontólogo -quién en menos de diez minutos estaba tocando el timbre del portero- y juntos elaboraron de buena gana, entre asombrados y extasiados, un diagnóstico y su tratamiento.

Ahora mi visitante de cada tarde se ha convertido en un amigo convaleciente que requiere de mis cuidados y anotaciones, reloj en mano, para no olvidar darle su medicina.

A veces me consuelo pensando que podría haber sido peor. Que fuera un gato, por ejemplo.

lunes, 9 de junio de 2014

Larga distancia

-El lunes paso, cierro y me llevo todo- dijo, y cortó la llamada de larga distancia.

Noté que no intentó siquiera esperar mi reacción del otro lado de la línea, que por otra parte había sido hasta entonces sólo silencio, porque no hacía otra cosa que pensar en que era viernes y tenía nada más y nada menos que tres días para comenzar de nuevo con mi vida.

Otro nuevo comienzo, tan incierto y atractivo como lo son siempre.

Leído en la apertura del programa 182

jueves, 17 de abril de 2014

El cofre

Me detengo un momento para abrir la ligera tapa del cofre y mirar en su interior. A pesar de mis obsesiones, los objetos no están muy ordenados y se nota a simple vista que fueron ocupando lugares a medida que aparecieron o sucedieron, sin mayor estrategia o cálculo.

Podría enumerarlos casi de memoria, sin mirar: fragmentos de cielo, manojos de estrellas fugaces, una luz bastante tenue, cintas con grabaciones de suspiros, trozos de papel con anotaciones en tinta invisible, una luna con su correspondiente eclipse, la impresión de una mirada sobre mi alma, un manojo de hojas secas de aquel otoño y una maraña de cabellos húmedos recién salidos de la ducha. Entre otras muchas, muchísimas cosas. 

Porque además hay palabras. Montones de palabras. Seguramente hice bien en guardar muchas de ellas, aunque confieso que me tienta quitar y arrojar a la basura algunas que no deberían quedar allí. Pero no, decido dejarlas porque también son mías y necesito conservarlas hasta que pueda mejorarlas o definitivamente callarlas. 

¿Y los silencios? ¿Qué hacer con ellos? Decido dejarlos también. No me gustan, lo confieso, pero no los puedo negar. Fueron.

Vuelvo a mirar adentro del cofre -me distraje por un momento, ensimismado en mis pensamientos-, y me aseguro de que quede espacio para guardar lo mucho que aún resta aparecer, suceder y arreglar.

Lo cierro, sintiéndome muy afortunado. Puedo seguir guardando aquellas cosas hasta que se le deba echar llave a la ligera tapa, vaya uno a saber cuando.

Leído en la apertura del programa 172

sábado, 15 de marzo de 2014

Jarrones holandeses

Corría el año 1886 cuando el ceramista Willem Van Der Zielwachten comenzó a fabricar sus famosos jarrones en un paraje cercano a la ciudad de Delft, en los Países Bajos.

De color azulado, característico de aquellas piezas que utilizaban el estaño como colorante para elaborar el esmalte cerámico, la producción de Willem abarcaba piezas tan variadas como baldosas, vasos, cazuelas, platos y utensilios, todos ellos decorados con los muy típicos paisajes holandeses: molinos, llanuras con tulipanes y damiselas en zuecos. Van Der Zielwachten había aprendido de los maestros artesanos que la porcelana blanca es más dura y resistente que la arcilla roja, esto sin mencionar sus magníficos colores -que la hacían mucho más atractiva a los ojos de sus clientes-, y de tal modo las fabricaba.

Sin embargo, las piezas favoritas de Willem, aquellas que elaboraba con gran detalle y dedicación, eran unos inútiles jarrones Delfts Blauw que lo obsesionaban. Eran inútiles porque el ceramista cerraba la boca del objeto en cuestión con una tapa, también de cerámica, imposible de abrir sin destruir completamente la pieza. De este modo, los jarrones servían como objeto decorativo -aspecto que no era en absoluto para desestimar-, pero no para el propósito primigenio de cualquiera de ellos. Como contener líquidos, por ejemplo.

Cierto día, Willem decidió confesarle a su mejor amigo Friederich Nieuwsgierig el motivo de su tan particular modo de elaborar jarrones. Era el siguiente: en el momento en que un cliente le encargaba una pieza, él recortaba un pequeño trozo de su propia alma para colocarla en el interior del jarrón. Una vez terminado el trabajo, cerraba la pieza herméticamente con aquella tapa que ya no podría abrirse.

-Es mi deseo que un jarrón hecho por mis manos no sea sólo un objeto más-, resumió a modo de confesión, y con eso concluyó la explicación.

A partir de entonces, el ceramista pasaba largas y frenéticas horas en su taller fabricando jarrones y recortando trocitos de su alma, que guardaba provisoriamente en una caja bellamente decorada y muy bien acolchada para que, de tan pequeños, no se arruinasen por un golpe o raspadura, y mucho menos se extraviasen.

Sucedió entonces aquel hecho que todos los habitantes del paraje recuerdan -también los habitantes de Delft, públicamente ellos lo admiten-, una tragedia que irrumpió en la tranquila y bucólica vida de los ceramistas holandeses, transformándola para siempre.

Un buen día, Willem decidió abandonar toda otra actividad que no fuera fabricar sus jarrones con tapa conteniendo trocitos de su alma. No se lo vio ya más por la taberna del pueblo y hasta dejó de solicitar los favores de Ingrid, su prometida entrada en carnes y en placeres.

Grande fue la sopresa de Friederich Nieuwsgierig cuando, ya muy preocupado por la suerte de su amigo luego de varios días de incertidumbre, se dirigió al taller para conocer su paradero y si, por caso, algo grave le hubiera sucedido. Al entrar al lugar divisó el cuerpo del ceramista tendido en el piso, muerto y aferrado a un jarrón Delfts Blauw con el último retazo de su alma adentro, que no alcanzó a tapar.

Según escribiera Friederich en su diario personal muchos años después, para la época en que murió Willem los holandeses ya no compraban porcelana proveniente de China, de excelente calidad por cierto, sino la que fabricaban sus propios ceramistas. Afirmaban con orgullo que la suya no sólo era la porcelana blanca más dura, resistente y con más bellos colores y figuras en todo el mundo. Además -y todos reconocían el mérito de Willem en ello- sus creaciones ya no eran simples objetos. Ahora tenían un alma.

miércoles, 29 de enero de 2014

Verano gigante

(Escrito y leído por Raúl Astorga para nuestro programa.
¡Gracias, Raúl!)

El tipo asociaba el verano con el rock desde tiempos inmemoriales, entonces se le había hecho costumbre, hábito, carne la idea de andar por la calle con una radio portátil que además de contar con recepción AM / FM, se ajustaba a exacta medida del bolsillo trasero izquierdo de su jean. De allí hacia arriba, el cable del auricular estéreo. 

Ese día fue una experiencia única, alucinante, que ni en Villa Gesell en los setenta había experimentado. No le creía demasiado al locutor, que entre tema y tema insistía en confirmar los 45 grados de sensación térmica. No le creía. No. Incluso cuando vio con sus propios ojos que la portátil despedía humo y un aroma desagradable, mientras el gabinete se deformaba entre sus dedos. 

Masticando bronca y tristeza en partes iguales, escuchó al extraño que bajaba de una camioneta con una mujer que asentía ante la sentencia, tal vez colofón de una lúcida conversación llevada a cabo en la refrigerada cabina:

-"Menos mal", decía el extraño, "que esta ola de calor se dio en verano, que te agarra de vacaciones y te podés poner cualquier cosa."

Y subrayó con el cierre de la alarma. 

Leído en la apertura del programa 159

jueves, 16 de enero de 2014

Ella en el piano

Se sentó y puso su atención en las teclas. Yo puse entonces mi atención en ella.

Sus dedos rozaban cada nota intentando recordar aquella vieja melodía de cine. Mientras tanto, aproveché su descuido una vez más y comencé a observarla con atención. Aunque confieso que mirarla es ya casi una obsesión de mi parte.

El piano obedecía a su toque del mismo modo que suele hacerlo mi corazón a su sola mirada. Cada nota dibujaba la melodía, haciéndola reconocible y convirtiéndola en el acompañamiento perfecto para mi embelesamiento.

Y así fueron avanzando los acordes, los minutos y mis latidos.

Definitivamente, es una gran artista. Nadie acompaña a mi alma cuando le canta, como lo hace ella.

Leído en las aperturas de los programas 166, 296, 405 y 537