lunes, 29 de enero de 2018

Senderos

Mojones que marcan el camino,
el primero, cuando se comenzó la marcha.
Momentos se sucedieron, uno tras otro 
y allí, indeleble, la señal.
Uno tras otro, tan erguidos, potentes, 
y una advertencia amenazante,
de no desandar el sendero.
Inútil advertencia de tontos,
no hay modo de deshacer la trampa.
Ir y venir, bajar y subir, 
Detestar y amar y aun seguir. 
Nada tan fuerte como esto que arde
cuando llama el horizonte. 
Le dicen destino, pero no les creo. 
Uno va sumando, y en la agonía cierta, 
se hace imposible regresar.
Caminos, caminos y más caminos,
se cruzan, se abren, dan vueltas. 
Nada puede ser igual
cuando persiste el deseo. 
Nada deja de cambiar
cuando los pasos se abren en más pasos.
Y el cielo que luce igual, según parece, 
pero se trata, lo sé, de una ilusión.

Leído en la apertura del programa 360

La medición del tiempo

Aunque no lo parezca por esa trampa de las percepciones, la medición del tiempo no es caprichosa. Obedece a leyes naturales y nos asiste en nuestra necesidad de medir estaciones, cosechas, días y noches, acontecimientos que de todos modos serán aun sin nuestro control.

A decir verdad, es poco o nada lo que uno controla. Mucho menos cuando se trata del tiempo.

Si dejáramos solo al planeta, permitiendo que crezca y se desarrolle a su propio pulso, lo haría en su medida y según sus propias necesidades.

Si en cambio, un día dejamos abruptamente sin cuidado a todo el metal, el cemento, el plástico con el que la humanidad sella, cubre, bloquea, obstruye, maltrata al planeta, en ¿cuánto? ¿mil, diez mil años? no quedaría registro de nuestro paso por estos rincones del universo.

¿Para qué medir el tiempo, entonces?

Tal vez para saltear aquella trampa de las percepciones y aprender, de una vez y para siempre, lo frágil de nuestro paso y el respeto por el mandato del orden natural de las cosas.

Leído en la apertura del programa 355