miércoles, 25 de febrero de 2015

Acerca de las brechas

al-borde-del-abismo-wallpaper-830487
Dice el filósofo Hervé Fischer que la brecha digital va a seguir porque es resultado de la brecha económica y política, que es mucho mas larga y profunda. Y eso es algo que lo digital no va a resolver. Me pregunto entonces, si los verdaderos creadores de la brecha digital no somos nosotros mismos, por culpa de nuestros hábitos de consumo irreflexivos.

Salimos disparados, por ejemplo, a gastar el dinero que nunca fue ni será nuestro -hablo de la tarjeta de crédito, claro-, para tener un celular que no entendemos, y al que un par de semanas después estaremos insultando porque no hace lo que se suponía. Y de este modo vamos destilando existencia, inconsistencias y convicciones varias heredadas de una pantalla, con tal de tener.

He allí un cambio cultural enorme: en lugar de mirarnos al espejo nos miramos en una pantalla. El espejo nos devuelve lo que somos -paso del tiempo incluido-, pero la pantalla nos devuelve la imagen de aquel que alguien, otro, necesita que creamos que somos: básicamente consumidores. Y ávidos. 

Se puede observar que un consumidor compulsivo sólo estará satisfecho con su nuevo chiche hasta el instante siguiente en que note que alguien en su entorno tiene lo mismo que él pero más grande, más moderno, más lujoso, más algo. Y allí va, con su desgraciada falta, a conquistar el mundo. No vaya a ser cosa.

¿Puede usted, lector, decirme en una sola palabra, cuál es la diferencia entre necesidad y deseo?

Le doy tiempo.

Por si no lo descubrió, la palabra que explica la diferencia entre necesidad y deseo es publicidad.

Tenemos la necesidad de calzado. La publicidad nos convence de desear determinada marca, asociada generalmente a cifras siderales. ¿Queremos un televisor para entretenernos? La pantalla nos convencerá de desear uno que nunca aprenderemos a manejar. Porque si no lo notó, son cada vez más complicados. Y así en más. ¿Sabía usted que las publicidades de automóviles suelen venir acompañadas de bellas señoritas, básicamente porque los publicitarios saben que el sexo y los autos transitan por los mismos carriles de la psiquis?

Pero me detengo acá. No quiero elaborar aquí una crítica de la publicidad, porque nosotros, los ciudadanos de a pie, somos el problema.

Jaime Semprun, el ensayista francés, lanza un desafío. El díce: "Cuando el ciudadano-ecologista pretende plantear la cuestión más molesta preguntando: ‘¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?’, evita plantear esta otra pregunta, realmente inquietante: ‘¿A que hijos vamos a dejar el mundo?’"

Por eso suelo preguntarme si le he enseñado bien a mis hijos, si saben que son lo que ven en el espejo y no en una pantalla. Y a mis alumnos, si les he enseñado que lo importante es la cultura, el bien pensar, el uso inteligente de las cosas, el deseo -aquí sí, bien usado- de saber, de conocer, de aprender.

La humanidad ha aprovechado, diseñado, utilizado, mejorado, desarrollado productos tecnológicos desde que aprendió a tomar un trozo de árbol, por caso, para convertirlo en una herramienta. Después de tantos siglos, tanto crecimiento -y tantos desmadres-, no hemos aprendido aun que somos lo que hacemos de nosotros mismos y no los productos que la sociedad de consumo nos obliga a tener. Vaya forma de confundir las cosas.

Continuemos expiando culpas a través de las empresas, del mercado, de las corporaciones y varios etcéteras más. Pero hasta tanto sigamos disociando nuestras necesidades de nuestros deseos en pos de tener, los verdaderos responsables de cualquier brecha seguiremos siendo nosotros mismos.

sábado, 21 de febrero de 2015

Veredas

Gente inteligente, creativa y honesta, que conozco, respeto y aprecio, está en la exacta vereda de enfrente de otra tanta gente igualmente inteligente, creativa y honesta, que conozco, respeto y aprecio.

¿No será que el problema, en realidad, somos nosotros mismos y nuestras propias veredas?

Leído en la apertura del programa 215.

domingo, 1 de febrero de 2015

Molinos de aire

(Escrito y leído por Silvina Vital.
¡Gracias, Sil!)

Sin decir una palabra me puse otra vez de pie; el horizonte se veía ya barrido de nubes y de todo misterio así que no había excusa para no acercarme a él. Mi silueta en movimiento iba cayendo al suelo pesadamente con los pasos y se oscurecían fugazmente los pastos. Mi lanza apenas hacía sombra. Pensaba en el viento venido de los molinos y me temblaban las ropas. El horizonte cobarde se alejaba con mi marcha pero los molinos valientes –los molinos valientes redoblaban la apuesta y soplaban con más fuerza. Atrás quedaba mi caballo, mi armadura y mis aliados; caminaba yo como un Quijote confundido ahora pero dispuesto a darle batalla al viento. Con las ropas en retirada y los cabellos tirantes hacia atrás me paré más o menos de cara al primer molino, con mi lanza erguida a mi derecha. Cerré los ojos y  me aferré a mi lanza. La hondonada de aire fresco entrando en mis pulmones hizo el resto.

Leído en la apertura del programa 210.