domingo, 23 de agosto de 2015

Celda oscura

-Viste como es eso de estar solo -dijo, y sin esperar mi respuesta agregó- no, vos que sabés... 

Hizo un silencio como para tomar aire.

-Mejor me callo, mirá. ¿Cómo vas a saber? ¿Cómo vas a entender? ¿Quizás alguna vez sentiste en el pecho la ausencia de quien ya no volverás a ver? ¿Nunca te latió el corazón de tal modo que parecía escapar del pecho cuando entendiste que nadie está a tu lado si no es por...? 

Entendí la interrupción como un modo de evitar soltar alguna lágrima, pero no fue así porque continuó:

-Y no me pongo a dar ejemplos porque sos joven, y terminarás sospechando que estás oyendo a un viejo loco y querrás escapar de mi como de la peste. Pero dejame decirte, volviendo a mi idea de soledad, que no hablo yo de suponer o sospechar sino de la seguridad de saberlo, como si un rayo de realidad te partiera al medio o se abriera una puerta en una celda oscura dejando entrar un haz de luz cegadora, así.

-Bueno, pero la verdad es que... -atiné a balbucear en un intento de cambiar no sólo el clima de la conversación sino ya mi propio ánimo con alguna verdad de Perogrullo con tintes algo más optimistas, pero no pude. Me ignoró y siguió su monólogo:

-No espero que me entiendas. Insisto con tu juventud: todavía pensás que la vida es bella y el amor es el remedio a todos los males de este mundo, por eso no te culpo. La vida es así y la juventud es así. Pero no trates de convencerme, haceme el favor. La vida ya lo intentó antes, a su modo. Por eso no hay nadie más resignado que yo a lo que queda: la soledad. Y los recuerdos. La memoria de aquellos tiempos en los que yo como vos, creía que la compañía me libraba de la soledad. 

Noté entonces en su rostro y en sus piernas temblorosas que ya no le quedaban fuerzas para sostenerse. Me resigné entonces a mi destino, lamentando no haber tenido mi oportunidad.

Qué triste ironía: él no caería solo.

sábado, 22 de agosto de 2015

Distracción

Sangre por fuera y piel por dentro.
Y el sentido de las cosas
que no encuentran sentido.
Llueve desde la tierra hacia las nubes,
y los árboles crecen hacia abajo.
Las agujas del reloj corren hacia atrás
ya no marcando horas sino desatinos.
Y la irreductible manía de ser
que tienen las penas que ya fueron.
¡Qué convicción, para tanto artificio!
Cauce que sube y un mar tan dulce.
Y el pulso que en verdad se resiste
muy a pesar de mi desvarío.
Se vuelven rojas las luces de neón
y se me olvidan sus verdes.
Mis pies caminan sin su habitual sed
ya olvidados de pisar en firme.
Y la inconfesable verdad de ya no ver
las dichas que no son del cielo.

Leído en la apertura del programa 244.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Antorcha

Solo sabe que fue traza
y río y sed y pedernal,
ardiendo de sol y cal
mientras el tiempo le cae
por la espalda.
Un atajo la cela
rodeada como está
por tiento y estrellas.
Antorcha de piel
con sebo de nostalgias,
no se apaga con la lluvia
porque gusta de ahogarse
en mi pecho.

Leído en la apertura del programa 240.

sábado, 15 de agosto de 2015

Extraordinariamente único

Qué extraña es la mirada del mediocre.
Ve hacia atrás y hacia los costados, pero nunca hacia adelante. 
Por eso podrá mirar la estela e imitarla burdamente
pero nunca verá al navío que la produce.
Vaya ironía esa, la de no tener un norte
perdiendo de aprender y convertirse
de una vez y para siempre,
en alguien extraordinariamente único.

Leído en la apertura del programa 239