miércoles, 4 de septiembre de 2019

Introducción para un cuento que podría terminal mal

Esta historia comienza como comienzan muchas historias: con un muerto. Sí, allí estaba, era él, ¿quién lo diría?

A decir verdad, el asunto comenzó cuando él y yo hablamos más temprano por teléfono,

-"Al llegar a la Avenida, en la esquina con la cortada, doblá", me dijo por toda indicación. "Es la puerta descascarada con restos de pintura blanca".

El silencio de aquella noche sin gente y sin autos -insólito momento en esa Avenida tan transitada- cayó como plomo sobre la zona, tan oscura como la noche misma.

-"No me advertiste sobre esto", le respondí en mis pensamientos como si estuviéramos frente a frente.

Seguí caminando con la sola compañía de mi sombra, una aliada entregada sin embargo a los caprichos de un farol intermitente. Al escuchar mis propios pasos en el silencio me creí personaje de la novela que me desveló hace un tiempo. Una de misterio, era.

Al llegar a la puerta descascarada con restos de pintura blanca, dí tres golpes y al tercero la puerta se abrió sola. Ese hecho, más el agudo chirriar de los goznes, logró sacarme de mis pensamientos y, no lo puedo negar, advertí que más allá de esa entrada comenzaba una historia.

La luz fría, parpadeante, había preanunciado una igualmente fría bienvenida, tanto como la muerte misma. Que no era la mía.



Leído en la apertura del programa 450

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