-¡Por Dios! ¿por qué no callan y escuchan? -desearía gritarles pero no lo hago, para no interrumpir este blues que suena. Creo que lo hace sólo para mi.
Mientras, el cantante se desgarra en un "por favor, ayudame" que se continúa segundos después entre las cuerdas de su guitarra, y me llega y hace lo propio en mis entrañas.
Un blues es un milagro que vuelve a nacer en el dolor que toma cuerpo: se engendra en él, pare con él, llora su primer llanto con él, y también llora los siguientes. Es la voz de la esperanza con hambre, de pan y también de justicia en la desolación; una voz que vibra al sentir la presencia del ausente, la mirada de quién está lejos y las pisadas de quién no vuelve.
-Por favor, ayudame, -canta, se desangra, conmueve, se alimenta, bebe, se rebela, suda, se consuela el blues desde un hálito de vida lanzado al aire sin mayores pretensiones que la de crear esta sensación de estar juntos.
Al fin y al cabo las mesas, las luces tenues, el alcohol y los murmullos aquí y allá son también parte de la escena, una en la que se me antoja hace malabares la vida. Justamente aquello que necesito para sobrevivir, en tiempo de blues.
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