...para CF
Colocó las velas rojas estratégicamente entre los dos mantelitos individuales de colores alegres y acomodó las dos copas grandes para el Catena malbec cosecha 2005.
- Desde ya te digo, no iba a escatimar en gastos para una noche así -se dijo a sí misma.
Había leído en alguna revista que las velas aromatizadas con canela son mucho mejores para una ocasión como ésta, habida cuenta del efecto afrodisíaco que se le imputa a la tan delicada especia. Así que sus velas rojas especiales tenían aroma a canela.
- Buen detalle -se halagó.
Sacó del aparador la vajilla para ocasiones especiales -la ultima vez que la usó fué para celebrar aquel ascenso, ¿hace cuanto?-, y colocó en las servilletas el sujetador que compró también para esta noche.
- Nunca está de más estrenar algo -se convenció.
El toque final fue el adorno de rosas en el centro de la mesa.
La vestimenta, claro, también acompañaba. Aquel vestido negro de falda corta y buen escote no era cosa de ignorar, y nunca lo creyó más apropiado.
Ah, la música. Claro, ¡cómo no! El disco de Roberta Flack era setentoso pero ya clásico, y además ellos lo habían usado de banda de sonido en muchas de sus batallas.
- Strumming my pain with his fingers, Singing my life with his words... -se cantó en un susurro.
Para el menú tampoco había retaceado. Como entrada, una ensalada de escarola, achicoria y berros, aderezada con unos mariscos rehogados con un poco de ajo y aceite de oliva virgen. Como plato principal, solomillo en hojaldre con panceta, queso y salsa roquefort. Y para el postre, unas fresas con crema de leche, caramelo y helado, desde ya que aromatizado con vainilla, otra especia de supuesto efecto afrodisíaco.
- Pero con probar no se pierde nada -se alentó.
Luces tenues, velas encendidas, música suave...
- Telling my whole life with his words, Killing me softly, With his song... -insistió.
Ahora, a esperar. En unos minutos, él estaría entrando por esa puerta para encontrarse frente a frente con todo ese despliegue de detalles que sólo el amor puede atender y entender.
Cuando llegó, no se dijeron palabra. Ella leyó en su rostro, en sus ojos, aquel manojo de emociones que en su boca no atinaban siquiera a emitir sonido. Pero con eso alcanzaba. Le tomó la mano y caminaron juntos hacia la mesa, tan delicada y atentamente preparada.
Fue recién al sentarse que él pudo hablar. Y la frase que escuchó no hizo más que darle el halago más esperado y bello.
- Comer, puedo comer con quien sea -le dijo.
Entonces él tomó su mano, y mirándose a los ojos se dirigieron a la habitación. La cena, con sus velas de cera aromatizadas con canela y su vino malbec aun no abierto, podía esperar.
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