Y esa expresión de un adulto frente al niño, que pareciera celebrar en ese instante el olvido de sus angustias y dolores frente al espejo de quien fuera alguna vez. Puro deleite.
Claro, no todo niño sonríe y no todo adulto aprecia, me apena reconocerlo. Hay dolores que empañan todo intento de celebración.
Pero qué satisfacción verlos cuando esa chispa sí enciende lo espontáneo del encuentro y festeja la vida. Una, la de quien comienza su recorrido y otra, la que lleva ya tiempo transcurriendo pero aun recuerda que alguna vez fue como aquel niño.
Luego, al momento de la separación, el adulto regresa a su gesto adusto por mandato, porque otros adultos, que ya no celebran, lo condenan. Y aquel niño que regresó a su memoria por un instante, corre raudamente a esconderse bajo las sábanas del qué dirán, no sea cosa.
Aquel cambio tiene multiples razones, motivos, excusas y pareceres. No hay una causa segura. Pero sí es cierto que el mundo sería diferente, afable y hasta más grato, si anduvieramos sobre nuestros pies rememorando aquello que revivimos en la sonrisa de aquel niño.
Leído en la apertura del programa 626
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