Hablo de alcanzar una felicidad que suele ser cortita, muchas veces esquiva, pero que llega. Finalmente llega.
Aclaro que yo renuncié a una felicidad permanente, no por resignación sino por imposiblidad.
Mejor aprovechar la poquita que llega en sencillas dosis, que perderla de vista por esperar un premio mayor que tal vez nunca llegue. Como mi abuelo, que jugó toda su vida el mismo número a la lotería y jamás salió, salvo la única vez que no lo jugó.
Y hablamos de compartirla, porque tal vez esa sea justamente la posibilidad de una felicidad completa. No cuando la alcanzamos sino cuando, por breve y modesta que sea, nos podemos dar el gusto de ser felices con otros.
Leído en la apertura del programa 617
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