viernes, 10 de enero de 2014

Aconteció en el Almacén de Recuerdos

Lo miró de arriba abajo y luego le clavó la vista con intención intimidante. Su voz se tornó algo gutural cuando finalmente decidió hablarle, cosa que le resultó agradable por lo oportuna:

-Sus historias no tienen cabida aquí.

El Remendador Oficial dijo esto y percibió al momento la desazón en el rostro del Fabricante de Historias, razón por la cual se llamó a silencio. Hubiera sido doloroso insistir con otros argumentos. Después de todo, su tarea era únicamente la de remendar y se vería bastante favorecido con mucho tiempo libre si aquellas historias no ingresaban al Almacén de Recuerdos, actualmente bajo su administración. No habría qué remendar.

El Remendador Oficial quedó entonces a la espera de una disculpa en un hilo de voz por toda respuesta. Sin embargo, lo que escuchó a continuación lo sorprendió, de tan vehemente:

-¿Y qué hace un Remendador manejando los destinos del Almacén de Recuerdos?

El Fabricante, aunque por distintas razones, también se asombró por su propia respuesta, pero le complacía el haber tenido finalmente el valor suficiente para decirle exactamente lo que pensaba al respecto.

-Y no me voy a arrepentir justamente ahora-, se dijo para sí.

No sin picardía, encontró en la expresión en el rostro del Remendador la confirmación de aquello de que no hay mejor defensa que un buen ataque.

-Bueno, -respondió el burócrata- debo confesarle que yo me hice la misma pregunta cuando me nombraron para el cargo. Finalmente hallé la respuesta por mí mismo, por simple observación: eran tantas las historias viejas, repetidas y aun copiadas que llegaban a este mostrador que ya no alcanzaba con un Archivador Oficial y ni siquiera con un Clasificador Oficial: se hacía necesario un Remendador de alto escalafón, uno que tomara esas ajadas y decrépitas historias ya contadas y les hiciera un remiendo como la gente. Por suerte me eligieron a mí, y aquí me ve, haciendo mi trabajo. 

El Remendador dio por terminada la conversación, satisfecho por la claridad de su respuesta. Pero el Fabricante insistió:

-Pues mis historias son todas nuevas. No necesitan ni el más pequeño de los remiendos. Debería usted admitirlas por Mesa de Entradas.

Por primera vez desde que había comenzado su conversación con el Fabricante, el Remendador Oficial no supo qué responder. Acostumbrado como estaba a admitir y almacenar las historias recibidas únicamente después de remendarlas, la sola idea de tener entre sus manos historias nuevas le producía vértigo. Y luego, el temor: ¿qué haría sin historias que remendar? ¿perdería su puesto? ¡qué horror!

Sin inmutarse, seguro de su conquista, el Fabricante de Historias comenzó a relatarle al Remendador sus historias más frescas y fragantes. Algunas de ellas muy hermosas, otras llenas de dolor. Eran todas ellas, para el inesperado oyente, historias nuevas.

Tímidamente al principio pero con una creciente satisfacción a medida que los relatos avanzaban, el Remendador Oficial agradeció cada una de las historias.

-Tal vez -se dijo a sí mismo- el secreto de una buena historia no esté en cómo luce, sino en el lugar que ocupa en nuestro Almacén de Recuerdos.

Por primera vez se le ocurrió la idea de que se puede ser feliz con cualquier historia mientras sea una buena historia. Entonces se levantó de su sillón, se quitó el delantal de gris burócrata y le dio la vuelta al mostrador para sentarse junto al Fabricante, quien continuaba con el relato de sus historias.

El Fabricante de Historias nunca le confesó, por supuesto, que algunas de ellas ya habían sido contadas miles de veces. Relatar una historia, cualquier historia, era para él como contarla por primera vez.

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