jueves, 22 de agosto de 2013

El inventor

El inventor que inventó el tiempo lo hizo, justamente, para que el tiempo existiese, tal como sucede con todo lo que no es y el inventor quiere que sea, y va y lo inventa.

Inventó:
Los segundos, para las alegrías.
Los minutos, para la paz.
Y las horas para las penas,
que son generalmente más largas.

Luego le inventó al tiempo la palabra 'inexorable', según creo. Porque otro uso a tal palabreja no le veo.

Una vez hecho esto, el inventor dejó que el pasado y el futuro se hicieran solos, por propia necesidad nada más. El pasado, para guardar el tiempo ya usado. Y el futuro, para tener un mientras tanto al esperar lo que sea que llegue.

Ambos, pasado y futuro librados a su propio designio se cruzaron entonces en el punto llamado 'presente', como era de esperar. Allí comenzaron a amontonarse sin piedad -o tal vez sí la tienen, no quiero mentir-, el reloj y las arrugas y las estaciones y la espera y el dormir y el caminar y el nacer y el morir, y todos y cada uno de los extremos de un mismo tiempo, el propio.

Sí, puede sonar un poco ampuloso decir 'el propio' cuando es sólo una ínfima parte del Universo. Pero es mío y con eso me basta.

Leído en las aperturas de los programas 137 y 403

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