Por ejemplo, he comprobado empíricamente siendo un pequeño en edad escolar, lo que años después conocería como la Ley de Gravitación Universal. Fue en ocasión de dedicarme afanosamente a dibujar una mujer desnuda. Noté que tenía algo antinatural la forma circular, rígida, como contenida, que le había dado yo a esos senos. Aquello me impulsó a una observación más aguda y dedicada, a fin de entender en dónde se encontraba mi falla.
Había yo observado hasta entonces las más variadas formas en los modelos que mejor conocía. Tías, primas, madre, todas ellas mostraban la rigidez de mi ilustración primigenia debajo de blusas y batones, de modo tal que las formas se trasladaban, en mi imaginación, al contenido de aquellas fronteras de tela.
Y allí entró a tallar el gran Newton, casi ignoto para mi en ese momento pero fundamental en mi comprensión de la situación: a mis tetas dibujadas les faltaban los efectos de la gravedad. Al sumar curvas y caidas a mi arte, logré entonces un efecto que consideré más natural. Sin haber visto jamás el objeto que me inspiraba, comprendí que ahora mi dibujo respetaba las leyes naturales.
Después dicen que la escuela no sirve para nada.