Ya no le tengo miedo a la tristeza. Es tanto lo que se pierde o simplemente se va, se esfuma o se escurre entre los dedos, últimamente. Por eso ya no le temo.
Y de mucho de aquello que partió no tuve tan siquiera, ya no la fortuna de detenerlo sino una oportunidad de arrepentimiento. O la de esperar simplemente un vuelto. Se es espectador en ocasiones.
Fueron alguna vez y dejaron de serlo, como la misma vida manda. Mi viejo, aquella guitarra, algún sentimiento.
Y entonces sólo queda la sal de una lágrima, la tierna obsesión por una foto raída, apenas una sensación -nada menos- grabada a fuego en algún pliegue del alma. Y cosas así.
Por eso no le temo a la tristeza. Tampoco la niego.
Como que tenemos algo parecido a un pacto: ella me recuerda que puedo ser feliz cuando quiero. Yo le prometo a cambio no enamorarme de ella mucho más que por un tiempo, lo que deba durar. No le temo.
Leído en la apertura del programa 173.
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