Una barca pasa cerca y su estela me sacude. Mi equilibrio depende de mis pies, pero frente al oleaje brotado de aquella nao intrépida comienzo a estremecerme y a temer por mi vida.
-¿Y si bajas a tierra? -me dice el pequeño loco ilustrado que rara vez escucho- Allí tus pies estarían secos, firmes y bien plantados.
Lo pensé por un momento y bajé a mirar aquella estela desde tierra firme. Está en lo cierto: desde aquí se ve todo diferente, porque es suelo seguro y se puede mirar con claridad sin conmoverse.
Al notar que decido quedarme, el pequeño traidor vuelve a la carga:
-Pero, ¿no saldrás ya jamás a desafiar las olas y explorar lo vasto?- me dice.
-No te equivoques -le respondo-. Una nave dañada no se puede reparar en alta mar, pero ten por seguro que mi lugar está entre aquella espuma.
Leído en las aperturas de los programas 162 y 444
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